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domingo, 24 de junio de 2012

[Postdata]: DeCampaña.


Reflexión en torno a la democracia mexicana.
Tenemos que aprender a respetar la palabra y las instituciones más que el poder de las personas que las usan. Tenemos que aprender a respetarnos a nosotros mismos más que al Señor del Gran Poder.
Gabriel Zaid, Cómo leer en bicicleta.
No, esta amenaza [de las dictaduras totalitarias] no ha desaparecido por completo. Por eso, hagamos siempre un llamamiento a "una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no proponen como horizonte para nuestra juventud más que el consumismo de masas, el desprecio de los más débiles y de la cultura, la amnesia generalizada y la competición a ultranza de todos contra todos".Stephane Hessel, Indignaos

Dentro de pocos días darán fin –¡al fin!– las campañas políticas en México –y en algunos otros países– y tendremos que salir a decidir quién será nuestro próximo mandatario. Se ha hablado hasta el cansancio de estas elecciones, como un suceso histórico y coyuntural. Sin embargo, se ha dejado de lado el verdadero valor de estas elecciones. Cómo acostumbran los políticos, nos han dicho el qué, pero no el cómo ni el por qué.

E
n un país con una incipiente cultura democrática, una enseñanza mediocre de la historia a partir del caudillismo, lo evenemencial, el dato duro, lo maniqueo y lo circunstancial –cual telenovela del canal de las estrellas–; así como una fuerte tradición religiosa que parte de las esperanzas y la búsqueda de un paraíso terrenal; las elecciones parecen ser el momento propicio para ungir al nuevo mesías, al redentor o al mismísimo anticristo nacional.
Hace seis años (en 2006) la contienda política se radicalizó tras la intervención del entonces presidente Vicente Fox y la iniciativa privada –temerosa de perder todo su patrimonio a manos del mesías tropical, como llamó el empresario cultural, Enrique Krauze, a Andrés Manuel López Obrador– con una campaña de desprestigio que se dio en llamar Guerra Sucia y que se encargó de mostrar a AMLO como “un peligro para México.”
Hasta aquí todos conocemos la historia. Lo que causa polémica con respecto a estas elecciones es la posibilidad de que se haya maquinado un fraude electoral “desde la cúpula”; el cual ha terminado por desquebrajar el de por fragmentado intento de democracia que se inició desde 1988 con la segregación del PRI (el partido hegemónico), y un cisma interno que ocasionó la salida del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas del partido, junto a Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador, entreotras jóvenes promesas de la política nacional”; y la consecuente fundación del Frente Democrático Nacional (FDN), después Partido de la Revolución Democrática (PRD). Ese mismo año, la oposición contraria –con respecto a la ubicación ideológica–, el PAN, tenía como candidato al empresario Manuel Clouthier; quien llevó al campo de lo político el esquema del bárbaro del Norte, hombre bragado en los negocios que haría prosperar a la nación si la administraba como a una empresa. PAN y PRD fueron así los primeros partidos opositores reales al PRI desde la formación de éste, finalizada la Revolución.
Cabe señalar, para los que no conozcan la historia del partido que gobernó desde 1940 (con otro nombre, PNR que en el siguiente sexenio  –1946 cambiaría al nombre con el que ahora lo conocemos) hasta el 2000, que éste se caracterizó por aglutinar a todos los sectores de la población y en corporaciones y sindicatos (CNOP, CROM y CTM entre otras) que repartían favores a cambio del voto, nulificando así la libre elección de nuestros gobernantes y la inalienabilidad del sufragio. En pocas palabras, aniquiló el valor del voto.
Hay que recordar –o explicar para los faltos de memoria histórica debido a nuestro deficiente sistema educativo en cuanto a humanidades– que dentro de este mismo partido existían núcleos de derecha e izquierda que convivían en un mismo partido que, ajeno al mito del dedazo, en el que se dice y se cree que el presidente, por decisión unilateral y arbitraria decidía quien sería el siguiente Tlatoani (como lo menciona Octavio Paz en su “Crítica de la Pirámide”) por los siguientes seis años. La decisión de quién sería el próximo gobernante era tomada a partir de las organizaciones antes referidas quienes defendían sus intereses dentro del partido, midiendo su peso político, entiéndase, el número de votos garantizados a la causa. Cuando a un grupo no le satisfacía la elección del candidato, formaban un partido de oposición, como ocurrió en un principio en 1988 con el ingeniero Cárdenas.
De esta separación emigraron algunos de los pocos personajes de izquierda que todavía sobrevivían en el tricolor. Sin embargo, el nuevo PRI –el de 1994, cuyo baluarte fue Colosio– planeaba reiniciar algunas reformas que a algunos grupos de poder no le convenían.
El FDN hizo lo que comúnmente hacen los partidos en México: buscar alianzas con otros partidos para incrementar su poder político, y en este caso, se unieron al PSUM para lograr el registro.
Para los que crean lo que dice la candidata del PAN, que ambos candidatos –pues el tercero, siendo honesto, no merece mi atención– son lo mismo, lamento informarles que están equivocados. Puesto que el grupo que ha tomado el poder del partido es el bloque de (ultra)derecha, como lo reconoce el propio candidato priísta, al afirmar que es un reacio conservador.
Por otro lado, la izquierda que defiende AMLO no es la que acostumbramos identificar con las dictaduras latinoamericanas –Cuba, Venezuela–, ni siquiera podríamos identificarla con un frente de centro izquierda, o socialdemócrata, sino más cercano al socialismo cardenista; me-nos ideológico, más pragmático, ese que formó hombres de izquierda como el maestro Lucio Cabañas –guerrillero educado en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, la misma que ahora ha iniciado las protestas contra el sistema educativo–, los jóvenes del movimiento estudiantil de 1968 –que también hicieron una crítica a la manipulación de la información por parte de los medios televisivos– así como de un sinfín de protestas de obreros que vieron cómo lentamente les eran arrebatadas las prebendas concedidas por los primeros gobiernos posrevolucionarios.
El movimiento estudiantil de 1968 fue la pauta del cambio hacia una nueva democracia. Abigarrado e incluyente, es el primer movimiento civil en el que estaban adheridos estudiantes (hombres y mujeres) de izquierda y derecha, de diversas instituciones educativas –públicas y privadas– que aspiraban a un cambio democrático en el país.
Desafortunadamente, el contexto histórico en el que se envolvió este movimiento –la guerra fría y los juegos olímpicos– en un estado recalcitrante y ramplonamente nacionalista; autoritario, y temeroso de una intervención extranjera (norteamericana o soviética), cuyo director de seguridad aspiraba a tener mayores beneficios políticos, aconsejando a un paranoico presidente Díaz Ordaz a intervenir seriamente a favor del “orden y la estabilidad conseguidas;” además de diversas disputas ideológicas dentro del propio movimiento así como la falta de apoyo real por parte de la incipiente sociedad lo desacreditaron hasta que el día 2 de octubre el Estado intervino de manera abrupta y vio-lenta sobre un legítimo movimiento cuyo principal objetivo era crear una conciencia civil, a través de una nueva revolución que implantara una auténtica Democracia, ajena a la que el Estado decía resguardar.
La primera Apertura Política se llevó a cabo durante el gobierno de Luis Echeverría, que cambió el discurso “autocrítico” y el esclarecimiento de lo ocurrido en Tlatelolco y el Jueves de Corpus, conocido comúnmente como el Halconazo, mientras perseguía guerrilleros y conservaba presos políticos en “El Palacio Negro” de Lecumberri.
Pero los medios intelectuales iniciaron una severa crítica a la hipócrita reforma democrática, aunque claramente la falta de amplitud de estos comentarios en los medios masivos no generó un descontento en la ya temerosa sociedad mexicana.
Tras las elecciones de 1976 en que el único candidato al gobierno federal fue José López Portillo, su secretario de gobernación, Jesús Reyes Heroles propuso una nueva Apertura Democrática que orilló a los partidos a una mayor participación en el congreso.
Así fue incrementando la importancia de los partidos hasta que la tercera apertura democrática se llevara a cabo tras el fraude de 1988 y la muerte del candidato del PRI a la presidencia, Luis Donaldo Colosio, en 1994.
Los partidos de oposición (PRD y PAN) comenzaron a ganar terreno en las localidades gobernadas tras las elecciones y el número de curules ocupados en el Congreso, creando una oposición real que orillaría a un cambio de postura por parte del neopanismo hacia la toma definitiva del poder el 2 de julio de 2000. De esta forma llegamos a lo que han dado en llamar la Transición Democrática de este país.
Cabe señalar que Colosio dibujaba a su partido como “El Nuevo PRI que acabaría con la corrupción y llevaría al país al desarrollo y estabilidad añorados desde la crisis de 1982.
Así que este nuevo NUEVO PRI no es más que la reiteración de viejos paradigmas políticos –represión, autoritarismo– con una visión empresarial aprendida del bárbaro del Norte y una utilización masiva de los medios de comunicación a través de la publicidad, esta herencia de la transformación cultural del Homo Sapiens al Homo Videns –un ser que recibe de manera pasiva la información– y de “la lucha de clases a la lucha de frases”, intensificación de la propa-ganda política a través de la publicidad de un candidato, visiblemente atractivo y/o carismático cuyo contenido ideológico no establecido le facilite gobernar sin asperezas a los demás sectores sociales. Así es que este nuevo PRI neoliberal es al fin y al cabo, una exacerbación de lo que tanto tememos del partido de siempre.
El spot del Movimiento Progresista-MORENA que hasta hace unos días circulaba en la TV es un ejemplo de lo que representa en la memoria colectiva este recuerdo del tricolor.
Al respecto se han creado en la historiografía dos corrientes que tratan de explicar la transformación del PNR (Partido Nacional Revolucionario) de Lázaro Cárdenas –aunque quien lo fundó fue Calles– en el PRM (Partido de la Revolución Mexicana) y finalmente en el PRI y la consecuente traición por parte de sus dirigentes a la población en general sobre los ideales y promesas de la Revolución Mexicana.
Por un lado tenemos la idea de una Revolución Interrumpida. Esta construcción afirma que tras el gobierno de Cárdenas el Estado quedó en manos de unos marrulleros cachorros de la Revolución que como buen Junior, hacen uso indebido de los bienes que con sudor y sangre obtuvieron los mayores. También sostiene que el Proyecto Original quedó mancillado por la intervención de algunos intereses privados en las decisiones del Gobierno así como por la corrupción que llevó a una degeneración del in-maculado sistema posrevolucionario. Esta concepción está por una recuperación de dicho Proyecto y se ve identificada con los grupos de izquierda como el PRD y en el ámbito intelectual con Adolfo Gilly, a quien le debemos el término Revolución Interrumpida.
Por otro lado tenemos la idea de la continuidad del modelo porfirista, que afirma que los caudillos de la Revolución nunca traicionaron sus principios pues éstos no eran los que el pueblo les adjudicó. Esto supone una corrupción endémica en el régimen y una falsa lucha de los grupos subalternos por ideales nunca alcanzables. Esta corriente se identifica principalmente con una concepción de derecha, específicamente con el PAN. Uno de sus primeros exponentes fue Daniel Cosío Villegas y se ha mantenido hasta ahora con Enrique Krauze como su principal defensor.
Esperemos que, para empezar, los miembros de ambas opciones políticas conozcan qué entienden sus partidos por Revolución Mexicana. Y es que en la mayoría de las ocasiones los miembros de los partidos desconocen casi por completo su historia.
Creo que este es el principal problema de nuestro sistema político: la ignorancia en los partidos y la dislexia política.
Se mencionan constantemente a los saltimbanquis políticos, chaqueteros que cambian de color de partido según sus intereses; de lo que (casi) nunca se habla es de los principios clave de cada partido, de su postura política y de si los candidatos que postula son afines a los principios del partido.
Eso, creo yo, es lo que ha desgastado el sistema partidista; dado que todavía estamos acostumbrados a los partidos aglutinantes como el PRI, en lugar de los partidos verdaderamente representativos de cada grupo social.
Contrario a lo que muchos pudieran creer, yo soy de la idea de que haya más partidos, que realmente representen a una parte importante de la población.
Desde principios del siglo pasado (hace 95 años,  en 1917), Manuel Gamio proponía justamente lo mismo: Un número significativo de partidos, como los había antes de la formación del PNR, que no recibían financiamiento por parte del Estado, sino de los propios miembros del partido, quienes apoyarían de manera logística y económica al candidato que eligieran. Desafortunadamente, desde antes de la formación del PRI se acabó con la opción de tener un sistema parlamentario que realmente representara los intereses de los ciudadanos y en cambio nos heredó el sistema presidencialista que actualmente conservamos, aunque ya resquebrajado.
La creación del PRI no está fundamentada sobre la nada. Desde el porfiriato, intelectuales como Justo Sierra propusieron la formación de un Nuevo Partido Conservador que frenara la Revolución (en este caso, la Reforma) e iniciara desde cero la “evolución histórica de México.” Es curioso que desde la alianza de los empresarios con el PRI a través de la Canacintra y otras cámaras industriales, empresariales y de comercio el partido se haya comprometido con el progreso y el crecimiento económico –fundamentos positivistas– como nuevos principios de la Revolución, dejando a un lado los valores socialistas, construidos durante el Cardenismo.
Y es que la elección del heredero de Cárdenas en el Poder fue la primera muestra de la importancia de los poderes fácticos y los pesos políticos.
Fue Ávila Camacho y no Múgica ni Andrew Almazán el candidato del PNR en 1940 por la presión de los empresarios y de los grupos campesinos. Múgica era un socialista más radical que Cárdenas y Almazán era Pronazi, de modo que la única opción viable era el Creyente Ávila Camacho. Andrew Almazán sería el primer candidato presidencial de un naciente partido político, el Partido Acción Nacional (PAN)
En un principio el PAN fue formado con el objetivo de servir de contrapeso al poder del partido hegemónico. Y por si no lo recuerda su candidata, este partido fue fundado por un funcionario público que creó las reglas para la estabilidad de los bancos en este país, alguna vez miembro del PNR: Manuel Gómez Morín, quien por cierto también justifica de manera intelectual la Revolución antes que Vasconcelos, a quien apoyó en su candidatura presidencial 1929 donde –según el propio Vasconcelos– fue víctima de fraude –si es así, el primero de la época posrevolucionaria.
No en balde el PAN fue fundado en 1939, al siguiente año de la Expropiación Petrolera. Aun-que en un principio el PAN fue un partido de pequeños propietarios, y no fue sino hasta la llegada de empresarios como Manuel Clouthier, Maquío, que el PAN se convirtió en el partido que ahora dice representar los intereses empresariales; en ese entonces la siniestrofobia (pánico a la izquierda) llevó a estos burgueses a aglutinarse en un partido que defendiera sus intereses, económicos y religiosos, pues otra de las características del PAN ha sido su clara inclinación religiosa hacia el catolicismo tradicional; por lo que podemos resumir que éste es un partido conservador burgués. Por eso no debe extrañarnos su repudio a los matrimonios entre personas del mismo sexo y el comentario del presidente Calderón sobre la expropiación pe-trolera en Argentina, donde nos dieron muestra de lo que, de haber estado el poder totalitario priísta en sus manos, habrían sido capaces de hacer con PEMEX.
La Revolución no se TELEVISA
En medio de estas crisis política, económica, social, cultural y educativa; surge un movimiento estudiantil –uno entre tantos más en los años recientes– cuyo origen es el repudio al candidato priísta Enrique Peña Nieto; quien representa a ese PRI del que hemos venido hablando y que evoca en la memoria no vivida de los jóvenes aquella represión de 1968, las constantes crisis económicas, la matanza de Acteal y más recientemente, El operativo represor ocurrido en mayo de 2007 en San Salvador Atenco, con el apoyo del entonces presidente Vicente Fox –quien ahora pide que votemos por el ex-gobernador– y la justificación diazordacista de Peña al legitimar la represión y aceptar “responsabilidades” cuando ya no se puede abrir un juicio político en su contra. El movimiento se ha ido ampliando y se ha convertido en la Revolución Cultural que este país necesitaba para despertar, contra de la manipulación de las televisoras (específicamente Televisa) que trataron de imponer a un candidato con la llamada Telecracia, como ya se había hecho en Italia, con un primer ministro –Berlusconi– que se ha enriquecido a costa de la población.
En un país como el nuestro, donde la mayoría de las personas tiene mayor acceso a la televisión comercial que a la educación pública; los canales comerciales son una educación alternativa aunque no de calidad. Y es que aunque se diga que el mercado hace el producto, también nos hemos dado cuenta de que también se pueden crear necesidades a través de los medios masivos. ¿Qué tan difícil es abrir espacios para la cultura en los medios comerciales, y sobre todo, ponerlos en horarios donde la gente los vea como algo común?
Ahí yace la Democratización de los Medios de comunicación. El chiste es lograr una televisión incluyente, culta pero entretenida, que además llegue a todo el país a través de la señal de tele-visión comercial. ¿En serio creemos que la cultura es aburrida? ¿Nadie ha pensado que si la gente se acostumbró a las porquerías que ahora le ofrece el duopolio televisivo, no puedan hacer lo mismo con una programación más educativa? Esperemos que los medios se democraticen en los dos sentidos: en el contenido y la di-fusión del mismo.
Conclusiones
Dentro de unos días elegiremos al próximo presidente de México, pareciera que cada seis años escogemos a la persona más inepta para el cargo, para tener alguien a quien echarle la culpa de nuestros problemas durante esos seis años. Pero es peor si consideramos que nuestra percepción mesiánica no nos permite darnos cuenta que no elegimos santos para que nos gobiernen, sino seres humanos a los que contratamos para que administren el changarro de todos durante ese periodo. Y por eso mismo tenemos que elegir al más capaz, pero también a quien esté dispuesto a escuchar nuestras quejas (no nuestras súplicas) y que no se crea la panacea a los problemas sociales. ¿Qué difícil situación enfrentamos, no? Espero que estos datos te sirvan para tomar una decisión más informada. Pero sobre todo, para que entre todos obliguemos a los políticos a que cumplan, que para eso los hemos contratado. Que por fin recuperemos el autoestima y al igual que los jóvenes en 1968 y ahora con #YoSoy132 hagamos de nuestra indignación una alegre protesta.

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