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domingo, 24 de junio de 2012

[Las Trampas del Poder]: Del Púlpito al Curul. [Introducción].

Servando Teresa de Mier: la relación entre su vida y la transformación de su idea política.

Si me engaño, habré excitado la desidia de mis paisanos para que probándomelo, aclaren mejor la verdad de esta historia que no cesan de criticar los desafectos.
Servando Teresa de Mier, Sermón de 1794.
Nos prometieron constituciones mientras nos hubieron menester. Luego que se creyeron fuertes nos descubrieron su corazón y manifestaron el secreto de los reyes que es, alternativamente, el engaño y la fuerza.
Servando Teresa de Mier, Nos prometieron constituciones…

Fray Servando fue un individuo que superó las expectativas que se  esperaban de su talento con respecto a su entorno. Trotamundos y aventurero por casualidad, rompió con su contexto para llegar mucho más lejos de lo que se le podría predecir.

B
asta decir que lo facinerosa y elocuente que pudo haber sido su retórica no le alcanzarían por mismas para ocupar una curul en el primer congreso. A Servando le fue necesaria una persecución hacia su persona para llegar a ser un prócer de la causa independentista y un mártir de dicho movimiento; para conocer el mundo le fue indispensable el exilio, y para encontrar en los españoles el origen de los males que sufrían los criollos, tuvo que vivir en carne propia las injurias de los peninsulares. En resumen; para que Servando fuera el Abuelito de la Patria, la censura y represión que sufrió tras el sermón de 1794 jugaron un papel de suma importancia. Sin eso no podríamos entenderlo.
Es un lugar común, como lo afirma O`Gorman, hablar del Sermón Guadalupano de Fray Servando, pero debemos mencionar que de todos los que han comentado o criticado dicho discurso pocos han profundizado en él o inclusive se han omitido los orígenes de aquel mito. Ha sido repetido hasta el cansancio el hecho, que han perdido valor sus causas. Por ejemplo, el propio O’Gorman lo omite de su Ideario Político, a pesar de otorgarle el valor como obra proto-independentista. En cambio incluye en dicha recopilación la “Carta de despedida a los mexicanos.”
En los textos que le siguen a éste me permitiré hacer una biografía de Fray Servando desde los antecedentes del sermón, hasta el momento en que sube al púlpito, para continuar con una interpretación personal de dicha homilía, a manera de reseña. Posteriormente me introduciré en la vida política del fraile dominico intercalándola con las ideas de las que se hizo a lo largo de sus viajes y que de algún modo explican su ideario político, para concluir con su entrada triunfal al Congreso Constitucional de 1824. Por el momento, y como primera entrega les presento
La vida antes del exilio
Fray José Servando Teresa de Mier y Noriega (Al parecer su nombre completo, al final de su vida, sería José Servando Domingo –en honor a su orden religiosa– de Santa Teresa de Mier, Guerra y Noriega.) nació el 18 de octubre de 1763, en el Nuevo Reino de León, un lugar en ese entonces un tanto inhóspito y desolado. Hijo de familia pudiente y de aparente abolengo, –que nunca salió a relucir durante su proceso religioso y que poco le sirvió en el destierro– y supuesto descendiente de Cuauhtémoc.
Con tremendo linaje era de esperarse que tuviera una muy buena educación, más aún viviendo cerca de un colegio jesuita. Sin embargo, no tuvo dicha fortuna pues aquella orden de educadores había sido expulsada de la Nueva España desde 1767. Tuvo que conformarse con clases particulares para luego viajar a la ciudad de México, capital de la Nueva España, con el fin de ingresar en el convento de Santo Domingo en 1780 donde fue ordenado como predicador y hacia 1790 ya era Doctor en Filosofía por la Real y Pontificia Universidad de México.
Para 1789 era renombrado entre la élite religiosa, prueba de ello está en una carta encontrada en el Colegio de Vizcaínas, hasta el momento poco tratada, que integraré en el apéndice. En 1793 predicó su primer sermón sobre la virgen de Guadalupe,[1] el siguiente sería un año de ruptura en la vida del joven Servando. Con un futuro prometedor tras el discurso del 8 de noviembre, en el que siguió todos los recursos retóricos permitidos y aceptados en la época con el fin de enaltecer la figura de Hernán Cortés, –pues los sermones cumplían una función similar a la que ahora cumplen los discursos políticos de algunos líderes sindicales, por ejemplo– preparaba en esta ocasión un tema muy conocido en los círculos de intelectuales, pero poco o nada mencionado entre los círculos de poder: la creencia de que Santo Tomás había venido a evangelizar a América en tiempos bíblicos.
Según sus fuentes –una serie de manuscritos y burdas traducciones del náhuatl hechas por un tal Licenciado Borunda– “la imagen de Nuestra Señora [de Guadalupe­] no está pintada en la tilma de Juan Diego, sino en la capa de Santo Tomás, apóstol de este reino.”[2] Que para él era ni más ni menos que Quetzalcóatl, cuyo cognomen [cóatl] significa serpiente, pero según su traducción también puede entenderse como gemelo, –de ahí el término cuate que era justamente el apodo que recibía el apóstol.
Según el predicador
Mil setecientos cincuenta años antes del presente [1794, o sea 44 d. de C.], la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe ya era muy célebre y adorada [véase el anatema] por los indios ya cristianos, en la cima plana de esta sierra de Tenayuca donde la erigió templo y colocó Santo Tomás.[3]
Cuando los indios renegaron de su fe y dejaron de adorarla trataron de destruirla pero no pudieron ya que Santo Tomás la ocultó y así permaneció hasta que la descubriera Juan Diego a petición de la propia Virgen.
Incluso ella misma fue quien se retrató en la capa del santo, lo que hace de esta imagen un auténtico retrato de María en una época en la que se empezaba a criticar la legitimidad de algunas de estas representaciones, pues servían a la idolatría, cuando sólo se podía adorar a Dios.
Además de estas supuestas fuentes (los manuscritos y las traducciones), el dominico contaba con una prueba palpable y fehaciente de la evangelización primigenia: las piedras recién des-cubiertas por Antonio de León y Gama en el centro de la ciudad de México y que representaban a la Coatlicue y al llamado comúnmente Calendario Azteca; que al parecer de Servando eran algún tipo de retratos de la virgen y de Jesucristo, respectivamente.[4]
Basándose en pésimas traducciones del náhuatl –que él dice conocer pues en su infancia le fue enseñado, y al momento del proceso en su contra se retracta diciendo que lo ignora completamente– fray Servando relaciona de manera muy barroca, al puro estilo de Sigüenza y Góngora y de los jesuitas de mediados de su siglo, los rituales precoloniales con la época de la iglesia primitiva.
Por ejemplo, Coatlicue es la madre de Huitzilopochtli, nombre de la primera que significa, según Servando “el vestido de la mujer [que] es la capa del gemelo,” con lo que ajusta ambos mitos a la traducción. Esta necesidad de ajustar la historia es muy común en Fray Servando. Si entendemos que para él Huitzilopochtli significa “el señor de la espina en el costado”, podremos convencernos, –o al menos celebrarle ese barroco ardid intelectual– de que Coatlicue es María, y los sentzohuisnahuac –los cuatrocientos hermanos– eran en realidad sacerdotes ordenados por Tomás. Y con todos los nombres en náhuatl con los que se referían a la imagen de la virgen del Tepeyac trata de explicar, para que nos quede bien claro, la relación de Tonanzin –o Teonanzin, madre de los dioses– con la virgen: Guadalupe, o tequalaloupe, –“la que tuvo origen debajo de la cumbre”–, o bien hueitlama[h]uisoltica, que significa “la espina del médico grande”, o sea la capa del hilo de maguey de Santo Tomás, son puestas con calzador sobre la retórica del discurso religioso.
Otro argumento que utiliza es afirmar la supuesta intención de destruir la tilma, lo cual trata de mostrar con los propios relatos mexicas sobre el desollamiento de la hija del señor de Culhuacán. El sacrificio humano llegó después de la evangelización de Tomás, con la apostasía y la partida de éste mismo, engañado por un demonio, que es Tezcatlipoca. La historia del sacrificio a Xipe Tótec, quiere referir en realidad –para la realidad de fray Servando– que trataban de borrar la imagen de Guadalupe, y de nuevo mostrándose como un magnífico nahuatlato nos corrige los grandes errores que hemos cometido respecto a ese mito. Así que Tetehuinan de Culhuacán, –la doncella desollada a Xipe Tótec– es la virgen del padre de Culhuacán, es la doncella de santo Tomás.
Para concluir con tan eminente y erudito sermón, nos dice que uno de los símbolos de Quetzalcóatl –las cruces en los árboles– son otro ejemplo de que Tomás trató de evangelizar estas tierras, pero al ver sus intentos frustrados, ocultó todas las imágenes que pudieran blasfemar los indios.
Por último menciona que todas las reliquias encontradas en los primeros años de la conquista –la virgen de Los Remedios, el Señor de Chalma– también son de la época de la gentilidad. Concluye pidiendo a la virgen su intercesión contra la reciente ola de Terror en Francia, colindante con la Madre Patria.
Actualmente toda esta argumentación sería motivo de mofa, punto central de una novela gráfica sobre las aventuras del fraile o hasta víctima de la peor de las censuras: la de los lectores, pues no pasaría de ser una interpretación más –una más de las tantas que hay– sobre el origen de la tilma de Juan Diego. Pero en el contexto de la Revolución Francesa y  la Independencia de las Trece Colonias de Inglaterra en América, aquel presuntuoso discurso no venía mucho al caso que digamos.
El entonces arzobispo de México, Alonso Núñez de Haro y Peralta no sólo censuró el sermón, sino que siguió un proceso contra aquel pedante orador al que él mismo había ordenado. Parece que Servando en-tendería el valor que tuvo ese discurso criollo hacia la autonomía hasta que viera, desde lejos y con el tiempo, cómo se transformaba su patria.[5]
Aquel sermón de 1794 no hacía más que descalificar el argumento central con el que se legitimó la conquista: la evangelización de los indios; afirmando que éstos ya eran cristianos antes de la llegada de los españoles, y aunque se podría pugnar diciendo que habían perdido su fe en el Dios cristiano, esa serie de fútiles explicaciones no eran de importancia ante un proceso como el que le esperaba a fray Servando.
De ahí que creí necesario resumir la homilía polémica, en la que ningún investigador se ha detenido a analizar qué tanto hay de ideas-fuerza en este magnífico sermón, ni en cuál era su valor, que no radica en lo novedoso, sino en el discurso que elabora para justificar una idea de nimia identidad, que tuvo las consecuencias que sólo Núñez de Haro lograba vislumbrar como un inicio de disgregación criolla. Como mejor lo dice Domínguez Michael, “El arzobispo percibió [en el sermón de fray Servando] la amenaza de la independencia y advirtió que la configuración histórica era desfavorable para España. El 15 de septiembre de 1810 el cura Hidalgo le dio la razón en el pueblo de Dolores.”[6]
El cisma novohispano.
Aquel año de 1794 terminó para fray Servando con una incertidumbre inconsolable al no saber por qué se le encerraba si lo único que él quiso fue nutrir el culto guadalupano con nuevos fundamentos. Lo que Servando no sabía, –y no quería saber– era que el dogma guadalupano era inmutable, y que aquel arzobispo, abiertamente antiaparicionista, haría a un lado sus convicciones por conservar la estabilidad y fidelidad a la Corona. Por eso la persecución tuvo fines políticos antes que religiosos.
Justo el día de los Santos Inocentes (28 de diciembre), fray Servando sería tomado preso por primera vez, iniciando así su etapa de abierta disidencia. Aunque se trataba de resignar y disculpar ante la Colegiata de Guadalupe y el arzobispo Núñez de Haro por lo antes mencionado, su estilo engreído intensificaría el des-contento de aquellas instituciones eclesiásticas.
En un proceso rápido y dudosamente expedito, fray Servando es condenado a diez años de prisión en Las Caldas, ubicada en Castilla y privado de manera perpetua de enseñar, evangelizar o confesar. Se le enclaustra para que éste muestre un poco de humildad. Para mediados de ese mismo año, Mier arribaría a Cádiz con la esperanza de impugnar su causa ante el Consejo de Indias.
Mier se haría conocido por los constantes escapes de su celda y los consecuentes años que serían de pugnas contra el famoso sermón. Aunque la Real Academia de Historia absuelve a fray Servando en 1800, el Consejo de Indias acata, pero no cumple el dictamen, obligando a Servando a cumplir su sentencia. En este momento Mier ya estaba decepcionado por la incompetente burocracia española. Así que, como ya era su costumbre, huye a Francia, donde inicia su nueva era política, la de trotamundos cosmopolita, es su etapa de vagar y divagar por el mundo y las ideas.
Apéndice. Carta de Fray Servando.
La carta de fray Servando se encuentra en el Archivo de Vizcaínas, con la clasificación: 005-V-11-Q-046. En el fondo de la Archicofradía del santísimo sacramento y la Caridad, y es de fecha del 25 de junio de 1783. Aunque en realidad pertenece a 1789. A los márgenes superior e inferior, hay dos anotaciones posteriores a la elaboración del documento original que dicen al margen superior: 74, y al Inferior: N.G. 15155.
Transcripción moderna.
[Crismón]
Señor Don Joaquín Dongo.
Muy Señor mío: días pasados, según supe, se dignó usted venir a honrar esta su celda, o a lo menos trajo el designio de hacerlo, a fin de significarme la preferencia, que intentaba hacer de mi persona entre mis co-hermanos [sic] para la futura cuaresma, que llaman del Santísimo. Dos favores, por que debo a usted mil gracias: aunque el primero no tuve la dicha de gozarlo; el segundo me satisface tanto, que ya no soy bastante a recibirlo por entero. Dicha cuaresma, señor: se ha confiado siempre a oradores célebres, entre cuyo número sin manifiesto delirio no pudiera yo contarme. No es humildad: sienta muy mal aquella carga sobre mis hombros aun todavía débiles con tan cortos años. Conozco, que a poder sobrellevarla, yo duplicaría mi crédito; pero hablemos claro, antes era necesario asegurarme no perdería el poco [crédito] que tengo. Lo que, aun haciéndome favor, es imposible, atendidas las circunstancias. El sermón de dedicación de Catedral es al otro día de Santa Rosa, cuyo panegírico me está ocupando el tiempo intermedio. Tengo también, que oponerme dentro de breve a una Cátedra, que obtenida, no puede mirarse como el Obispado de Farsalia. Fuera de que la que actualmente poseo, está pensionada con varios sermones, a más de los que yo había aceptado con antelación a la presente oferta. Ella en realidad es tan generosa, que yo nada alegaría para parecer ingrato, si tuviera alguna facilidad en componer; pero ésta es fruto de un largo ejercicio: no lo he tenido.
Bien veo se me puede reconvenir con mi palabra antes dada al Reverendo Padre Fernández. Pero Señor, las determinaciones de los hombres no pueden ser invariables. El haber consentido cuando Su Paternidad me habló, prueba miré obligaciones [sic], que le debo; el retra[c]tarme ahora es efecto de mi reflexión sobre una multitud de ocupaciones indispensables. Yo debía esto mismo al dicho Reverendo Padre si no temiera me había de hacer pasar por todo, aun haciéndome creer [que] soy capaz de ello. Los hombres facundos, a favor de su facilidad, se explican con tanta viveza, que comunican su entusiasmo al que los escucha. Uno promete entonces fuera de su esfera. A mi [me] aconteció [esto] al pie de la letra. Y ya que a sangre fría he medido mis fuerzas con la empresa, que se me quiere encargar, me hallo en la precisión de desengañar[lo] a usted sobre el asunto antes de la elección de[l] predicador. Aquí hay alguno capaz de llenar la de Usted y de su ilustre Archicofradía.
Yo deseo servirla pero son muy honradas sus funciones para no quedar uno deshonrado. Hágame Usted la merced de creer [que] soy tan ambicioso de honor, que al no estorbármelo el mismo, hubiera tal vez solicitado esta ocasión la más bella de aumentarlo. Depongo contra no puede ser, sino efecto de la verdad. Con ésta protesto a Usted [que] soy su más servidor y Capellán.
Q.B.S.M.
Fr. Servando de Mier [Rúbrica]
En este Convento Imperial de Nuestro Padre Santo Domingo.
A 25 de Junio de [17]89.


[1] “Sermón de 1793”, En Fray Servando Teresa de Mier, selec. y pról.. Perea Héctor, México, Cal y Arena, Colección Los imprescindibles, 1997.
[2] Teresa de Mier “Sermón de 1794”, en Fray Servando Teresa de Mier, Óp. Cit., p. 27. Me baso en esta versión por ser la más reciente.
[3] Loc. Cit., Las cursivas son mías.
[4] Para el descubrimiento de las dos piedras, véase Antonio de León y Gama Descripción histórica y cronológica de las dos piedras, introducción de Eduardo Matos Moctezuma, México, INAH 2000 (Facsímil de la 2da. Edición, 1832)
[5] No es de extrañar que haya escrito en el exilio su Historia de la Revolución de Nueva España, en 1813.
[6] Domínguez Michael, Óp. Cit. P. 106.

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