Páginas

Buscar este blog

domingo, 24 de junio de 2012

[Sobremesa]: Derechos de autor y propiedad intelectual.

De las transliteraciones borgeanas a los plagios descarados.

Por lo general, es evidente que los sabios de todos los tiempos han dicho lo mismo, y que los tontos –es decir, la inmensa mayoría– siempre hicieron lo propio.
Arthur Schopenhauer. Aforismos sobre el arte de saber vivir.
Soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que sé decir sin ellos. Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote.
En la Roma de Augusto quedó establecido el mercado del libro. A cada uno de sus integrantes –proveedores de tablillas de cera, papiros, pergaminos; copistas, editores, libreros– le fue asignado un pago o un medio de obtener ganancias. El único excluido fue el autor sin el cual nada de los demás existiría.
José Emilio Pacheco, Discurso al recibir el Premio Cervantes, 2009.

Hace unos meses dos sucesos despertaron mi interés sobre si son lo mismo los derechos de autor que la propiedad intelectual. Por un lado, la penalización de la libertad de información digital en los medios electrónicos, entendida como Ley S.O.P.A., y por el otro, la renuncia de Sealtiel Alatriste a su cargo como coordinador de Difusión Cultural de la UNAM, tras descubrirse actos de plagio en algunos de sus textos publicados en la Revista de la Universidad de México.


Debemos decir que el plagio ya tenía tiempo de haber sido denunciado, y sin embargo las autoridades universitarias no habían hecho nada al respecto. Creo que además de plagio, aquello es fraude al Estado, por que el señor cobraba por ese trabajo, y si no, tenía un cargo público el cual le exigía un mínimo de ética para poder ejercerlo.
En todos los medios Intelectuales se habló al respecto, al grado de desgastar el tema, pero basta hablar someramente debido a que muchos no han encontrado relación alguna entre estos hechos que parecerían aislados.
En marzo de este año, en la revista Nexos en línea, Evodio Escalante habla de la relación de Alfonso Reyes, el Plagio y la disciplina académica. Según Escalante, acusar a alguien de plagio es doble moral, pues nadie crea ideas propias y nuevas. Para él:
 lo que reprobamos y lo que nos indigna no es el fraude como tal, aunque así lo parezca, sino que el escritor de marras sea tan mal escritor. […] denostamos al inepto, al mequetrefe de las letras, y nos hacemos de la vista gorda cuando el plagiario es un poeta o prosista de primer nivel.[1]
No conforme con todo el alboroto, Gabriel Zaid (quien empezó el juicio literario a Alatriste, en una mínima entrada en su blog en Letras Libres) respondió en otro artículo:
El caso de Alatriste va más allá de su mediocridad literaria. En el mundo del chisme es un personaje de la picaresca intelectual. En el mundo del poder cultural dispone de un pre-supuesto multimillonario para hacer pesar su presencia. Recibe el Premio Villaurrutia cuando está a cargo de la poderosa Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México. Es como si el premio Villaurrutia 1980 que recibió Alí Chumacero hubiera sido para Margarita López Portillo cuando su hermano era presidente. Como si hubiera pase automático de las cumbres del poder a las cumbres literarias.[2]
En el mismo texto de Escalante, además de acusar al propio Xavier Villaurritia de plagiar a Novalis; menciona que Octavio Paz (tutor y fundador del Grupo Vuelta, quien inició las hostilidades hacia Alatriste) habría cometido fraude al escribir la obra más memorable en su haber: El Laberinto de la Soledad, tomando prestadas sin autorización algunas ideas de Samuel Ramos, y sin siquiera citarlo.
Entonces me di a la tarea de revisar ambos textos, en busca del plagio; y cuál fue mi sorpresa al encontrarme con un sinnúmero de textos que trataban de crear una identidad. No sólo el libro de Ramos, que aborda lo mexicano desde la psicología Social, quiso explicar el fenómeno; sino autores como Edmundo O’Gorman (México, El trauma de su historia), Manuel Gamio (Forjando Patria), Carlos Bonfil Batalla (México Profundo) y otros tantos crearon todo un género que bien podríamos llamar en busca del México perdido. Este género inventó el actual lugar común del México con complejo de inferioridad; del Jamaicón y todas las perogrulladas que aun en nuestros días se mencionan con una convicción irrevocable. Paz sólo fue uno más en esta epidémica búsqueda.
También se menciona en Nexos que el autor defensor del plagio es el mismísimo Alfonso Reyes, maestro de Paz:
1. Que no se debe citar para ennoblecerse con la cita, sino para ennoblecerla a ella; y 2. Que de preferencia las citas no deben ser textuales sino de memoria. “Pasar el nombre si se olvida y saltar la fecha si se ignora sólo son pecados en obras científicas”. Esta observación tiene un valor estratégico porque distingue entre el en-sayo y el texto científico riguroso.[3]
Otro de sus discípulos, Jorge Luis Borges, creía –al igual que Reyes–, que no era posible crear algo sobre la nada, y afirmaba que “no es el segundo inventor sino el primero quien comete el plagio,” y nos cuenta de Pierre Menard, uno de sus personajes imaginarios que trató de rescribir el Quijote, transcribiéndolo de manera textual, pero de memoria. Y también Borges diría que era más noble la lectura que la escritura y que se le recordara por los libros que hubo leído antes que por los que escribió. Es patético ver en nuestros días que haya gente que escriba más libros de los que ha leído. Eso también es un plagio; en el estricto sentido de la palabra; pero al lector.
¿Plagio?
Durante un curso de Filosofía de la Historia hicimos un ensayo argumentando acerca de la posmodernidad, ya fuera de manera positiva o contraria a sus principios, pero siempre con argumentos.
El caso es que entregué un trabajo sobre el análisis de la posmodernidad en donde hacía referencia a Rockdrigo González y sus canciones.[4]
Quien me evaluó me preguntó si sinceramente no había cometido un plagio pues –modestia aparte– la escritura superaba el parámetro de lo que ella esperaba de nosotros. Desde luego yo no había cometido fraude alguno.
Unos años después, indagando la formación académica de Jorge Mendoza García, quien había contribuido en un libro que me tocaba ex- poner en alguna clase, descubrí un artículo que publicó en la revista Tiempo de la UAM donde hablaba –con un conocimiento más profundo, desde luego– acerca de la identidad en los tiempos posmodernos y utilizaba la misma premisa que yo sobre el cantautor Rupestre. Curiosa coincidencia, pues no copié intencionalmente ningún fragmento, dado que ni siquiera conocía ese texto. En el artículo mencionado, Mendoza García escribe:
“No tengo tiempo de cambiar mi vida” decía el rupestre Rockdrigo González, y lo hacía en referencia a las personas que se cuestionaban su propia existencia y un buen día despertaban interrogándose sobre quienes eran.
En cambio, en mi texto utilicé la misma frase como título del artículo y en la séptima nota al pie apunté:
Creo necesario hablar del profeta del nopal, como un testigo consciente de la posmodernidad en México. Y para enfatizar más en este punto, es necesario trabajar sobre su discurso.
Por supuesto que aunque hablamos del mismo tema, no recurrimos al mismo lenguaje, ni a las mismas referencias, ni siquiera a las mismas fuentes para hablar del mismo tema. Esto fue una feliz coincidencia que no fue más que una transliteración menos borgeana pero no por ello menos curiosa.
En realidad, la idea de que nadie es dueño del conocimiento no es del todo nueva. Como lo prueban los epígrafes, muchos no se conciben capaces de crear algo nuevo; o al contrario, les da pereza encontrar a alguien que ya haya dicho lo mismo que él. Pero de ahí a transcribir cual monje medieval un texto, y además de todo, firmarlo a nombre propio, hay una enorme diferencia que genera la actitud imperdonable.
Y si además de eso, se premia esa actitud fraudulenta, la razón recae en la censura literaria. En verdad es triste que un alumno de Monsiváis y de Saramago se el lujo de ofender la inteligencias de los pocos lectores de la Revista de la Universidad, y por si fuera poco, plagiando de la página Taringa, cual estudiante de preparatoria con su trabajo escolar. En fin, que cobrar del erario público por un trabajo intelectual que no se hizo es un delito.
¿Pero qué hay de la información que corre sin control por la red? Pues resulta que este caso es distinto, puesto que compartir información fue el objetivo principal de este medio. Desafortunadamente, grandes emporios empresariales han querido verse beneficiados del internet, tratando de proteger sus intereses, a costa de los autores de los contenidos digitales que ellos ofertan, dándoles una ínfima comisión por su trabajo.
Por lo que tengo entendido, los Derechos de autor son el reconocimiento que le otorgan al creador de una obra, sea cual fuere, y que se refleja ya sea en las regalías o bien, en el reconocimiento de su trabajo, llámese nota al pie o simplemente cita. Propiedad intelectual es el derecho que tiene una persona a cobrar por su trabajo, ya sea a través de regalías o vendiendo esos derechos de autor a terceros, sean editoriales, disqueras o compañías que registran la patente a su nombre.
Por lo tanto, el trabajo intelectual de un escritor, compositor o programador debe reconocerse, ya sea literaria o en su defecto, económicamente. Pero el apropiarse de información anónima, como bien puede ser la que se encuentra en la web, la cual nadie reclamará, es además de nefasto y repugnante, una actitud de pedantería y arrogancia por la ignorancia. ¿O qué opinas, lector?

[1] Evodio Escalante, “Alfonso Reyes y las comillas”, Nexos en línea, 01/04/12.
[2] Gabriel Zaid, “Justicia Literaria” Letras Libres, Mar. 2012.
[3] Escalante, Óp. Cit.
[4] Cfr. No Tengo Tiempo, en: Vaguedades[…], Año 1. No. 2, Marzo de 2012, p. 19 [versión PDF]. Apartado [Crítica] de este blog.

No hay comentarios:

Publicar un comentario