Sin embargo, algo que si voy a hacer es tratar de catalogar a los futbolistas según principios básicos de juego; ya a cada quien corresponderá calificarlos según sus cualidades, eso le corresponde de manera subjetiva.
En primer lugar, y siguiendo con el modo de clasificar de algunos pensadores, distingo dos tipos de futbolistas: viscerales e intelectuales; románticos e ilustrados;
o si lo prefieren, platónicos y aristotélicos;
respectivamente.
Los primeros son desde luego los más conocidos, son aquellos que definen las jugadas y que se distinguen por su gambeteo y su joga bonito. Entre estos están los antes mencionados Pelé y Maradona, junto a Messi, Ronaldinho y el caso particular de Zidane.
Por el otro lado tenemos a los jugadores sobrios o frugales del futbol. Por lo regular son defensas o medios centrales que reparten juego y que, aunque sin ellos y sus estrategias no habrían los chispazos de los otros, son denostados por jugar burdo y poco elegante (por paradójico que parezca). Entre estos jugadores destacan el Káiser Franz Beckenbauer y Johan Cruyff, junto a Maldini y Roberto Carlos.
Cabe señalar que los últimos de cada clasificación se encuentran en un punto medio, pues las jugadas memorables de Zidane no necesariamente fueron viscerales, ni los golazos de Roberto Carlos se debieron principalmente a su técnica.
Ahora bien, dentro de los platónicos hay una subdivisión que distingue a Maradona de Pelé y que nadie considera antes de iniciar la trifulca antes mencionada.
Por un lado, tenemos a los cínicos, amos del balón, engolosinados,
fanfarrones; gambeteros y fantoches; y por el otro tenemos a los estoicos, más serenos, concisos, que definen una jugada con una mezcla entre técnica y talento. Desde luego los cínicos no son tan enemigos del dinero como los filósofos de mismo nombre, ni los estoicos son tan frugales y sufridos como Séneca o Cicerón.
Maradona es un cínico por excelencia, en el doble sentido de la palabra, mientras que a Pelé se le puede considerar un estoico. Si a Maradona se le recuerda por los chispazos y sus tramposas maneras de ganar partidos –y hasta campeonatos–; Pelé es rememorado por su técnica, pero sobre todo por su humildad. Independientemente de lo que puedas creer sobre esta disputa fútil, lector, hay que reconocer que por esta simple diferencia no se puede comparar a ambos genios.
En cuanto a México –el tema central del número– podemos hablar de varios jugadores emblemáticos –al menos en los últimos tiempos, pues no me considero un experto en historia del futbol– que bien entrarían en estas clasificaciones.
Como ejemplo de un jugador extrovertido que sacudía a las masas con un juego espectacular podemos ver al platónico Hugo Sánchez, quien además de ser un megalómano y excéntrico personaje de nuestro balompié, también se caracterizó por su juego siempre técnico pero ampliamente visceral. Además de eso, podemos interpretar la construcción que creo junto a Javier vasco Aguirre como el símbolo opuesto al Jamaicón, ese que sí ha triunfado en el extranjero, ante una situación de xenofobia y adversidad. Simplemente recordemos la anécdota en que los aficionados del Real Madrid lo llamaban “el indio” con el claro ejemplo de venir de donde algún día fue una colonia española en ultramar. Tras muchos goles anotados en el estadio Santiago Bernabeu, el apodo se convirtió en un símbolo de respeto que los mexicanos chovinistas
aplaudieron con gusto.
Después de éste hubo otros que no lograron brillar de igual forma pero que por su visceralidad no debemos hacer a un lado. Uno de ellos es Luis Hernández, mal llamado matador quien resolvió en el mundial de Francia 1998 la clasificación a la ronda de octavos de final con un gol de ensueño que nos dio esperanzas a los ilusos de que México podría ser campeón mundial; o al menos eso fue lo que nos decían –y nos siguen diciendo– los medios de comunicación que se creen conocedores
del tema. El resplandor de Luis Hernández fue relativamente efímero y no ha vuelto a relucir hasta nuestros días.
En el ambiente aristotélico tenemos al jugador
Benjamín Galindo que con chispazos fenomenales de su técnica futbolística resolvía un partido; ya fuera un tiro libre o bien un centro al corazón del área que con un delantero tan eficaz como el Gusano Nápoles hacían vibrar el estadio
Jalisco o cualquier recinto donde se presentaran.
Caso similar es el de Pony Ruiz; quien en sus años mozos hacía jugadas de ensueño en complicidad con Jared Borghetti. El único defecto del Pony es que no supo retirarse a tiempo, como sí lo hizo otro aristotélico
que al principio de su carrera era un platónico empedernido: Francisco Palencia.
Pero como es obvio que estoy haciendo menos al fenómeno de la mercadotecnia actual; Javier Chicharito Hernández, te invito a que nos leas en la próxima entrega donde hablaré, de la manera más objetiva posible, lo que considero es un genio estoico del futbol mexicano, que ha mantenido el piso a pesar de los comentarios hiperbólicos de la televisora más popular de este país y del banco que lo patrocina.
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