Leer es un lujo de pobres, de enfermos, de presos, de jubilados, de estudiantes ociosos, como antes los había. Gabriel Zaid, El costo de leer.
Las amenazas de los medios electrónicos en contra de la literatura son estimulantes. Una vez anunciado nuestro fin, podemos comenzar a escribir novelas armadas de una renovada tranquilidad, aunque esta extraña calma provenga del desasosiego. Guillermo Fadanelli, Realidad y Novela.
Soy un defensor
de mirar nuestras
novedades con ojos
de historiador, como
si nada fuera
del todo reciente,
tratando de rastrear
algunos antecedentes o aquello
que –el denostado
por la academia–
Octavio Paz llamaba
las rimas históricas.
A veces los periodistas, hombres de lo instantáneo,
cometen el error
de creer que todo lo actual es moderno y novedoso. Habría que comprobar justamente en el caso
de los periódicos
cómo estos individuos
están en un error.
S
|
e dijo que los medios masivos de comunicación –radio y televisión– serían la gran revolución cultural que llevaría a la humanidad a conocer sobre cualquier tema, haciendo de lado a los medios antiguos de información: revistas, periódicos, libros; que éstos últimos dejarían de existir por la obsolescencia en el modo en que mostraban sus contenidos, obligando al receptor a leer, buscar, investigar, requiriendo un mayor interés por parte de éste, oposición a los –hasta entonces– más recientes medios que harían al destinatario un ser pasivo, que sólo necesitaba escuchar y/o ver para recibir la información. Sin embargo, aun en nuestros días, los medios de comunicación escrita han sabido sobrevivir e inclusive, adaptarse a las nuevas tecnologías, creando por ejemplo, diarios digitales. Este ensayo pretende comprender porqué han sobrevivido los diarios a pesar de que, como se ha dicho, la cultura escrita –en particular la referente al libro– está agonizando.
Los medios para difundir información han ido cambiando a través de la historia y a la par del público al que van dirigidos. En el caso específico del periódico, basta recordar que éste quiso competir con el que –hasta entonces– era el medio más utilizado para compartir contenidos: el libro. Éste a su vez fue el detonador de una revolución cultural en occidente. Gracias a la imprenta de Gutenberg se produjo una proliferación significativa de libros, lo que permitió a su vez, una mayor cantidad de lectores, debido a que la información podía correr de manera más rápida y precisa. Antes de este gran descubrimiento la única manera de tener una obra era a través de transcripciones hechas a mano en soportes más caros, lo que ocasionaba un atraso considerable a la hora de hacerse de los textos. Esta revolución repercutió de tal modo en las ideas que, según Jaques Barzon. “Las esperanzas de reforma de Lutero podrían haber naufragado, como tantas otras de los anteriores 200 años, de no haber sido por la invención de la imprenta. El tipo móvil de Gutemberg fue el instrumento físico que desgarró Occidente de lado a lado.”[1]
Aun así, ningún cambio sucede por sí mismo ni repercute de manera significativa y única, así que fue necesario hacer otros cambios en los materiales para que esta revolución cobrara sentido.
Por esta razón, los gobiernos tuvieron miedo a que estas ideas subversivas
se difundieran en las páginas de los nuevos libros y comenzaron a censurar este medio. Con todo y esto, los vendedores se las ingeniaron para hacer llegar la información hasta los lectores, y aunque existieran aduanas de libros, el contrabando fue común en los puertos.[2]
Ya en el siglo XIX, y como lo menciona Fritzsche, la Revolución lectora se debió principalmente al auge de los diarios en las ciudades y a la secularización de las lecturas.[3] Sin embargo esta nueva revolución no tuvo las mismas consecuencias en los territorios ajenos a Europa; y aunque en todo el mundo los tabloides tenían fines meramente propagandísticos y hasta masónicos, aquí en México, los periódicos además de los claros tintes político-ideológicos y religiosos, tenían fines proselitistas al fomentar algún levantamiento o asonada; por eso se decía en aquella época que “periódico que cuenta un año de vida, se tiene ya por periódico formal, por que este hecho indica que no servía sólo a intereses momentáneos.”[4] Esto demuestra la gran influencia que tenían los periódicos debido a la existencia de un amplio mercado de lectores. Sin embargo, ya fuera en Alemania o en México, como estos medios habían logrado superar en lectores a los libros, muchos autores comenzaron a publicar sus textos en entregas a través de las revistas o en los semanarios.[5] Eso es lo más significativo y el más claro ejemplo de lo que perdura o bien cambia para seguir subsistiendo: la literatura sobrevivió porque supo adaptarse a los nuevos medios, aunque claro, la novela y el diario respondan a una misma época: aquella de la segunda revolución lectora, la de las lecciones menos religiosas.
A pesar de que en México los periódicos estaban destinados a las élites que sabían leer, en Alemania su existencia fomentó el hábito de la lectura. Esto demuestra que el problema del analfabetismo puede resolverse con mejores resultados si fuera un requisito para realizar ciertos trámites el que la gente leyera en lugar de solamente poner bibliotecas y hacer publicidad sobre la importancia de la lectura, donde nunca se muestra al autor, sino a cualquiera otra figura pública.[6] Quiero ser más conciso en esto y por ello citaré un ejemplo. A finales del siglo XIX, Emilio Rabasa decía que el voto universal sólo provocaba la demagogia, pues la gente era fácilmente manipulable debido a la ignorancia que se tenía sobre los candidatos por los cuales tendrían que votar –si al menos se sabía que se tenía que votar.[7] Ante la oposición de los jacobinos que afirmaban que esta propuesta limitaba la participación ciudadana, Rabasa contestó que por el contrario, esa opción fomentaría la lectura y a la vez, una participación –consciente– dado que para ser ciudadano y contar como tal había que saber leer.[8]
Sé que los historiadores sólo relatamos lo que ha sucedido pero me permito una pregunta un tanto especulativa. ¿Qué hubiera pasado si esta propuesta se hubiera consolidado como ley? ¿Cuánta gente realmente saldría a votar, con-vencida de lo que está haciendo? Esta reflexión se queda para el tintero debido a que, como ya dije, los historiadores sólo relatamos los hechos que acontecieron, no los que pudieron ser.[9]
Otro fenómeno que debemos
explicar acerca de los medios es el problema que hay entre el costo y la calidad, la diferencia entre los periódicos y los libros es que el costo con que los últimos se presentan es mucho más elevado, mientras que los dueños de los primeros aprendieron a solventar parte de sus gastos gracias a la venta de publicidad que fueron incluyendo en su interior. Por el contrario, los libros se fue-ron haciendo cada vez más caros en relación al reducido número de ejemplares que se imprimían de una misma obra, o por el contrario la calidad disminuía debido al poco cuidado que se tenía a la hora de publicar grandes tirajes. En ambos casos, se perdió la calidad en pro de la masificación. Aunque hubo casos en los que los medios no fueron baratos pero incrementaron su calidad y la información útil en sus páginas.
En el México del siglo xx, la revolución del diario Excélsior ocasionó que los buenos periódicos vieran en la calidad un buen negocio, puesto que, ante el boicot que sufrió el periódico, Julio Scherer decidió vender calidad y prestigio aunque incrementó el costo, y le funcionó. Pero este cambio no duró mucho tiempo y al cabo de unos años, el diario sufrió un golpe en su dirección que llevó al grupo exiliado a crear nuevos medios como Proceso, Unomásuno y Vuelta, con menor éxito que el Excélsior.[10]
Por eso, a pesar de que los medios impresos subsistan por casi cien años, en contraparte a los medios masivos que son a su vez más populares y mayormente influyentes, siempre es mejor estar informado a través del diario, o bien de los libros, que aun persisten contra todas las falsas expectativas. Estos medios en nuestros días presentan una menor persecución y por lo tanto, menos censura, porque son menos importantes. Sobre esto, y en especial sobre la censura literaria, Gabriel Zaid nos dice:
El problema de la censura meramente ideológica o moral, en los libros y en las revistas, es francamente marginal a los intereses del gobierno, y se manifiesta en forma esporádica por iniciativas ajenas a la administración pública.[11]
En nuestros días, con la proliferación de nuevos medios de comunicación en los que los ciudadanos tienen mayor participación o inclusive el control de algunos de ellos –como es el caso de los blogs y las redes sociales– nos encontramos ante una tercera revolución lectora. En esta nueva transformación social, los gobiernos se han mostrado sumamente impactados y han reaccionado de manera exacerbada, debido a la importancia de estas formas de comunicación,[12] llegando a prohibir el uso de estas tecnologías, o bien, tratando de controlarlas, como sucedió en Veracruz, donde unos jóvenes fueron arrestados por advertir a la población de un supuesto ataque de un grupo armado. Aunque al final fueron puestos en libertad, este hecho quedó como antecedente para una futura legislación antiterrorismo cibernético.[13] Es curioso que esta noticia se diera a conocer primero por las redes sociales y de ahí pasara a los medios de comunicación masiva, no sin antes ser difundida por los periódicos en su versión digital. Este hecho suscita una nueva reflexión: ¿En serio los medios de comunicación escrita están en extinción o es que los medios populares no han podido adaptarse lo suficientemente rápido como sí lo han podido hacer los medios escritos? Los diarios y las revistas ya están disponibles en la web, de modo que en algunos casos, cualquiera puede revisarlos, por lo cual el gasto de papel se ha disminuido considerable-mente.
Actualmente, para enterarte
de lo que se dedica el conocido o el vecino, lo primero que haces es leer el muro de su Facebook. Pareciera que volvemos a una nueva cultura de la lectura, aunque ésta sea desenfrenada y mediocre, en el sentido estricto de los contenidos y el uso del lenguaje. Pareciera también que volvemos a utilizar ideogramas y símbolos para expresar ideas completas –por ejemplo el símbolo formado con los dos puntos y el paréntesis final que representa una sonrisa [:)]. Existe también el uso deliberado e injustificado de las faltas de ortografía como un modo de protesta ante las reglas del lenguaje, pero eso sólo conlleva a una decadencia en el uso del mismo y a un futuro cambio en los modos en que se comunican los seres humanos.[14] Paradójicamente, en la era de la información, todos estamos incomunicados; porque a pesar de que podemos informarnos prácticamente de casi todo lo que queramos saber en el momento mismo en el que queramos hacerlo, los contenidos no fomentan a la reflexión, sino solamente a la información dura y concisa, e inclusive, falsa. Aunque podamos encontrar información útil sobre nuestros intereses intelectuales, la mayoría de la información que circula en internet es incompleta e incomprobable.
Además, la comunicación digital
está lejos de ser real, al verse permeados estos medios por un discurso aspiracional por parte de los integrantes de éstos. Además de que, al ser figuras públicas, los usuarios de alguna red social son proclives a verse acosados o agredidos por otros miembros. Esas son las consecuencias de la libertad de expresión. Por eso es necesario cuestionar a los políticos a través de las redes sociales, los critiquemos, sin denostarlos, pero así entiendan para qué sirven estos medios.
A favor de esta proliferación de la información, podemos decir que gracias a ésta los periódicos han logrado salir avante de la crisis en la que los había dejado la televisión y la radio. Aunque en México los medios digitales están muy lejos de ser públicos –en el sentido en que sean para todos– el incremento en los lectores gracias a los periódicos en la web y los blogs, han permitido, por ejemplo, estar al tanto de lo que sucede en nuestro país a través de algún periódico francés o español, y compararlos con los medios locales. Este aumento de la información, usada de manera responsable, coadyuva a que podamos conocer más a un costo relativamente reducido y con eso, tomar decisiones más responsables. Ahora sólo hace falta democratizar estos medios.
Hasta aquí he dado un breve esbozo al avance de los medios de comunicación, desde el libro del siglo XVI hasta las redes sociales de nuestros días. He mostrado también las que considero las tres revoluciones intelectuales de la historia moderna:
1. La revolución del libro, la imprenta y sus repercusiones en la Reforma protestante;
2. La revolución lectora, mencionada por Peter Fitzsche en Berlín 1900 y que se caracterizó primordialmente por la secularización de los escritos y la proliferación de los periódicos; y
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[2]
Para el caso de México hay mucha Hemerografía al res-pecto, por citar algunos
artículos: Cristina Gómez Álvarez, "Comercio y comerciantes de libros en
la carrera de indias: Cádiz-Veracruz, 1750-1778",
en Historia Mexicana, Vol. LVII, Núm. 3, enero-marzo, 2008, México, COLMEX, p. 652., Pedro Rueda Ramírez, "Las librerías
europeas y el Nuevo Mundo: circuitos de distribución atlántica del libro en el
mundo moderno", en Idalia García Aguilar y Pedro Rueda Ramírez (comps.) Leer en
tiempos de la Colonia: imprenta, bibliotecas y lectores en la Nueva España,
México, UNAM, 2010, p. 113. Y en cuanto a libros: Pablo González
Casanova. La literatura perseguida en la crisis de la Colonia. México: FCE-COLMEX. 1968. Francisco Fernández del Castillo, (comp.), Libros y libreros en el siglo XVI, México, FCE-AGN, 1982. p. 12.
[4] Irma Lombardo García, “Ignacio Cumplido, un empresario nacionalista” en Boletín del Instituto de
Investigaciones Bibliográficas, 1989, p. 38. Citado por María Teresa Camarillo, “Los periodistas en el
siglo XIX” en La república
de las letras. Asomos a la cultura escrita de México decimonónico, 3 vols. México, UNAM, 2005. Vol. 1, p. 161.
[5] Por ejemplo Ireneo Paz –abuelo de Octavio Paz– publicó en su imprenta
el periódico La Patria Ilustrada, en
el que a su vez presentó sus memorias tituladas Algunas Campañas. Cfr. Ireneo Paz, Algunas Campañas, prólogo de Antonia Pi-Suñer Llorens, México, FCE-Colegio Nacional, 1997.
[6] Ese es otro de los conflictos sobre la lectura, no hemos logrado vincular a los autores con sus lectores y esto ocasiona que no haya identificación entre unos y otros.
[7] Emilio Rabasa, La
Constitución y la Dictadura, Colección Cien de México. México Conaculta, 2002., p. 205.
[8] Loc. Cit.
[9] Sobre el voto
universal, cabe señalar que aunque esta propuesta no tiene relevancia en
nuestros días, y hasta resultaría discriminatoria, nos permite reflexionar si la democracia es factible ante la
ignorancia de nuestros conciudadanos; y si esta democracia de la ignorancia no resulta perjudicial al tomar nuestras propias
decisiones.
[10] Sobre el Excélsior y el golpe, Cfr. Héctor Aguilar Camín, La Guerra de Galio, México, Cal y Arena, 2002.
[12] Recordemos que las revoluciones
de Oriente se deben principalmente a la difusión de ideas democráticas a
través de las redes sociales.
[13] El Terrorismo
cibernético consiste en acceder a
cualquier servidor de alguna institución, para alterar los contenidos
o impedir el acceso de sus legítimos dueños o bien el robo o expropiación de dinero virtual. El
término Terrorismo cibernético está
claramente acuñado por los gobiernos, puesto que ellos se hacen llamar a si
mismos hacktivistas, una conjunción
de hacker (persona especializada en el robo de información digital) y
activista. Aun falta desarrollar una discusión más profunda sobre este tema.
[14] Sobre la transformación del lenguaje, existe un
divertidísimo artículo en el que se aborda la facilidad que se es-pera
del castellano. Véase Daniel Cazés, “Por un español más simple”. en Revista de la Universidad de México,
México, Nueva Época, Núm. 84, Febrero 2011, pp. 69-70.
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