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sábado, 24 de marzo de 2012

[Crítica] No tengo tiempo

Reflexiones en torno a la historia en tiempos de la posmodernidad

“Navego en el mar de las cosas exactas,
enclavado en momentos de semánticas gastadas.
Y cual si fuera una nube, esculpida sobre el cielo,
dibujo insatisfecho mis huellas en el invierno.”
‘Rockdrigo’ González

‘S
i hay algo en común entre los seres humanos es su insatisfacción y su contrariedad’. Es contradictorio que el hombre (y la mujer) busquen satisfacer sus necesidades sociales a través de ritos excluyentes; y ese desprecio de lo ajeno (de cómo piensa el otro) recrimina y descalifica, pero a la vez influye para que, posteriormente ambos pensamientos se fusionen para cambiar el anterior. Bajo esta premisa trataremos de explicar la posmodernidad y su conflicto voraz contra la modernidad.
Han pasado poco más de cinco siglos desde que la modernidad tomó parte activa en la historia de la humanidad, y las repercusiones de la misma son incalculables. Por un lado, el avance científico-tecnológico es impredecible, día a día estamos más informados de lo que pasa en todo el mundo, de los descubrimientos que buscan satisfacer nuestras necesidades ‘elementales’; mientras que por el otro, el capitalismo va devorando todo a su paso: el individuo queda sujeto a normas sociales que son inmutables, otro invento de la modernidad. El término ‘moderno’ debe ser cuestionado desde un principio; este cognomen acuñado por un grupo de protoburgueses intelectuales que buscaban una identidad distintiva, y alejarse –por paradójico que pudiera sonar– del conocimiento dogmático de las universidades a manos de la iglesia católica, impusieron una ‘era moderna’ sobre aquella etapa ‘oscura y llena de retraso’ que –como hijos malagradecidos–llamaron ‘Edad Media’. De ahí en adelante, todo aquel que no quisiera abdicar a los deseos de la Razón y la ciencia, sería considerado como ‘individuo con mentalidad medieval’ y llevado ante los inquisidores del Tribunal de la Ciencia: los intelectuales. Poco a poco, y de cuando en cuando se fueron reafirmando estos principios en la sociedad; y se fue imbuyendo en otras disciplinas y en las formas del pensamiento el precepto de la ciencia y las normas sociales; las leyes, las instituciones y todos los hijos de la modernidad se legitimaron a sí mismos, imponiéndose la ciencia como religión absoluta del siglo XX. La historia –al igual que otras disciplinas– se convirtió al cientificismo, y se obsesionó con la búsqueda de la verdad histórica; entonces se supeditó la manera de contar la historia (crónicas) a los datos históricos (fuentes).Con el paso del tiempo, dos grandes bloques dogmatizaron al mundo: Oriente y su ciencia marxista requería cambiar a todo occidente para poder gobernar sobre éste; Occidente y sus ciencias sociales, ya fuera la resaca intelectual del positivismo o la escuela de los Annales, combatieron al villano por antonomasia, la URSS. Tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética triunfó el paradigma occidental, que, disfrazado de ‘posmodernidad’, ha asimilado la postura anticientífica del historicismo y ha adoptado a la antropología –para algunos, ‘la disciplina espía del capitalismo’– a su método, para cuestionar a su antecesora, la modernidad.
Hay que recordar que, como afirma Ankersmit “el aroma de un período sólo puede aspirarse en un periodo subsecuente”[1], pero tampoco hay que olvidar que casi todos los periodos –siguiendo el ejemplo de los hijos ingratos–descalifican a sus padres y reivindican a sus abuelos. Todo este rescate de los clásicos grecolatinos y la reivindicación de los modelos antiguos que caracterizó a la modernidad, es criticado por la posmodernidad mientras que la mote juste (palabra justa) tan recurrida en los discursos de apropiamiento de tierras por parte de los vasallos o de un señor feudal, es reivindicado y retomado.
Pero como ya dije líneas arriba, el historicismo ya cuestionaba la cientificidad de la historia. Sólo hay que recordar a O’Gorman afirmando que:
“el verdadero y oculto fin, consciente o no, detrás de la llamada historiografía científica es tratar de proporcionar fundamento empírico a doctrinas totalitarias de una supuesta ética social, tales como la de la uniformidad natural del hombre y la que concede primacía al ambiente socioeconómico sobre el temperamento y genio individuales”[2]
En pocas palabras, si en otro tiempo, se unificaban los reinos a través de la religión; ahora era necesaria la ciencia como aparato ideológico sujetador.
Claro que parafraseando a Matute, “si [lo anterior] se le hubiera ocurrido a un anglófono, francófono [o un germano parlante]… ya le hubiera dado la vuelta al mundo, y los hispanohablantes, sumisos, lo hubiésemos adoptado de manera entusiasta”.[3]
El conflicto parte entonces, de lo que Nietzsche había afirmado un siglo antes “Dios ha muerto” y “Los hombres acabaran adorando un asno de metal”. La ciencia suplió a la religión, y ‘evangelizó al mundo’ bajo ese dogma de lo comprobable. Pero no faltó quien, como “el hombre más feo del mundo” matara al nuevo dios usurpador y dejará a los hombres inmunes a su entorno social. Por eso cabe señalar que los Annales –último baluarte de la modernidad– ya andaba ‘más allá que acá’ en cuanto a la posmodernidad; la pérdida del compromiso por la historia ciencia, se reflejó en su poca teoría, además fueron los primeros en proponer un estudio de temas que no eran trascendentes para la historia dominante[4]. No es de extrañarnos entonces que sea precisamente uno de los últimos ‘analistas’ el padre del posmodernismo. Foucault es entonces ese hombre que mata a Dios.
Es precisamente esta pérdida de las religiones y posteriores ideologías la que aprovecha la posmodernidad para legitimarse en una actitud que ya se advertía como nihilista y falta de fundamento; premisas posmodernas basadas en el discurso como “te estoy mintiendo” cobraron frutos para la descientificación de la historia. Las temáticas se habían desgastado y la historiografía necesitaba nuevos objetos de estudio. El factor que concentra la atención de los apologistas de la posmodernidad es justamente el exceso de información, pero la modernidad sigue ‘metiendo sus narices’ y entremezclándose con lo posmoderno;
“Todos estamos familiarizados con el hecho de que cualquier área imaginable de la historiografía está produciendo anualmente una cantidad abrumadora de libros y artículos, lo que hace imposible tener una visión que abarque toda esa producción[5]
Pero aquí en México ya se nos advertía de lo que ocasiona el acceso a tantos estudios:
“Estamos inundados… por ese inconmensurable volumen de producción historiográfica con que a diario se ve bombardeado el pobre historiador y de la cual se supone debe enterarse, so pena de muerte académica”[6].
¡Y eso que cuando se publicó este artículo no existía Internet! Tanta información nos tiene ‘como perro en periférico’[7].
Además del abuso de fuentes, la importancia de éstas yace en la información misma y no en lo que informa; predominó el autor sobre el contenido de la obra, profundizando más en la fuente que en el propio hecho. Es por eso que Foucault propone que:
“Lo que importa es exclusivamente el texto, no el contexto en que se origina… es eliminar al autor como factor relevante en la producción de textos, y al desaparecer el autor, la intencionalidad y el significado también desaparecen del texto… La historia pierde su relevancia[8]
La contradicción aquí parte de la idea de emancipar a la obra de su autor; cuando como todos sabemos, el lenguaje va cambiando y por lo tanto, para entender el mensaje, es necesario el comprenderlo desde el tiempo en que fue escrito. Por ejemplo: Hernán Cortés, al describir a la gran ‘Temiztitán’ menciona que
“hay en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas de sus ídolos, de muy hermosos edificios […]y entre estas mezquitas hay una, que es la principal, que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza y particularidades de ella; por que es tan grande, que dentro del circuito de ella que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien hacer una villa de quinientos vecinos”.[9]
No podríamos explicar el texto, si no comprendemos la razón del pensamiento de la época. En el momento en que Cortés llega a México, existe en el imaginario colectivo peninsular la idea de lo musulmán como algo herético.
La historia entonces no está tan pérdida. Esta visión escatológica de la historia se ha mencionado en tantos artículos, que sería paradójico enumerarlos, por lo antes referido y lo complicado que resulta consultarlos.
Aun con eso, cabe señalar que en nuestros días, la modernidad sigue latente en el grueso de la población. A pesar de que la posmodernidad se manifiesta en los medios y de facto en la mentalidad de la mayoría de los habitantes; el discurso político (iure) e inclusive el de la mayoría de la gente está enfocado a la idea de progreso. La exaltación del individuo y no de la sociedad es para muchos, un gran paso hacia la igualdad. Este discurso contiene en si mismo ambas ideas opuestas y concebidas de manera ‘sincrética’. Pero si, como dijimos al principio, la historia nos habla de individuos contradictorios; no es de extrañar que en un periodo en el que se está gestando lo que gustan llamar posmodernidad, las contradicciones estén a flor de piel.
Si, como posmodernistas que fuéramos, ironizáramos al respecto, la historia ya no está en pañales, como afirmara Bloch, sino que ha llegado a la adolescencia y este conflicto con la modernidad no es distinto al que tiene el hijo con el padre, recriminándole su severidad; y la consecuente reacción de la modernidad no es otra cosa que la que manifiesta el padre, mientras trata de anticuado al abuelo, reprime al hijo por inmaduro[10].
Por último, tanto las condiciones sociales, como la posmodernidad misma, han abierto la posibilidad de trabajar la cultura popular, su relación directa con la cultura dominante y lo que, en lo personal llamaría ‘cultura popular obediente’ y ‘cultura popular disidente’, que conviven de manera constante, se entremezclan y aportan elementos catárticos a la sociedad. No nos extrañaría entonces que sea factible trabajar un ‘historia del albur en México’ desde tres elementos de la crisis de la modernidad y la respectiva posmodernidad: las mentalidades, el giro lingüístico o el estudio de las clases populares.
Por lo tanto, el conflicto de la modernidad y la tan evocada posmodernidad–como si los hombres en la Edad Media, se autonombraran medievales–.Sólo es un ‘ritual de paso’ por el que transcurre la historia; así que, no podemos descalificar la teoría de la historia, pero es momento de empezar a cuestionarnos, ¿Dónde nos ha llevado la cientificidad de la Historia?


[1]F.R. Ankersmith, “Historiografía y posmodernismo” en Luis Gerardo Morales Moreno (Comp.) Historia de la historiografía contemporánea (de 1968 a nuestros días), México, Instituto Mora, 2005, p. 60
[2]Edmundo O’Gorman, “La historia: Apocalipsis y Evangelio” en Historiología: Teoría y Práctica, México, UNAM, 2007, p. 203
[3] Álvaro Matute, “advertencia preeliminar” en Ibid., p.VI
[4] Julio Aróstegui, “la renovación contemporánea de la Historiografía”, en La Investigación Histórica: teoría y método, Barcelona, Ed. Crítica GrjalboMondadori, 1995, p. 107
[5]Ankersmit, Op. Cit. p. 47
[6] O’Gorman, Op. Cit. p.193
[7]Creo necesario hablar del profeta del nopal, como un testigo consciente de la posmodernidad en México. Y para enfatizar más en este punto, es necesario trabajar sobre su discurso.
[8]Georg Iggers, “el giro lingüistico: ¿el fin de la historia como disciplina académica?”, en  Historia… Op. Cit. p. 217
[9] Cortés Hernán, La gran Tenochtitlán, México, UNAM, 2004, p. 17
[10] Esta idea del hijo, el padre y el abuelo no es más que la idea de Hegel de tesis, antitesis y síntesis con una explicación más coloquial.

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