Reflexiones en torno a la historia en tiempos de
la posmodernidad
“Navego en el mar de
las cosas exactas,
enclavado en momentos de semánticas gastadas.
Y cual si fuera una nube, esculpida sobre el cielo,
dibujo insatisfecho mis huellas en el invierno.”
‘Rockdrigo’ González
‘S
|
i hay algo en común entre los seres humanos es su insatisfacción y
su contrariedad’. Es contradictorio que el hombre (y la mujer) busquen satisfacer
sus necesidades sociales a través de ritos excluyentes; y ese desprecio de lo
ajeno (de cómo piensa el otro) recrimina y descalifica, pero a la vez influye
para que, posteriormente ambos pensamientos se fusionen para cambiar el
anterior. Bajo esta premisa trataremos de explicar la posmodernidad y su
conflicto voraz contra la modernidad.
Han pasado poco más de cinco
siglos desde que la modernidad tomó parte activa en la historia de la
humanidad, y las repercusiones de la misma son incalculables. Por un lado, el
avance científico-tecnológico es impredecible, día a día estamos más informados
de lo que pasa en todo el mundo, de los descubrimientos que buscan satisfacer
nuestras necesidades ‘elementales’; mientras que por el otro, el capitalismo va
devorando todo a su paso: el individuo queda sujeto a normas sociales que son
inmutables, otro invento de la modernidad. El término ‘moderno’ debe ser
cuestionado desde un principio; este cognomen acuñado por un grupo de
protoburgueses intelectuales que buscaban una identidad distintiva, y alejarse
–por paradójico que pudiera sonar– del conocimiento dogmático de las
universidades a manos de la iglesia católica, impusieron una ‘era moderna’
sobre aquella etapa ‘oscura y llena de retraso’ que –como hijos
malagradecidos–llamaron ‘Edad Media’. De ahí en adelante, todo aquel que no
quisiera abdicar a los deseos de la Razón y la ciencia, sería considerado como
‘individuo con mentalidad medieval’ y llevado ante los inquisidores del
Tribunal de la Ciencia: los intelectuales.
Poco a poco, y de cuando en cuando se fueron reafirmando estos principios en la
sociedad; y se fue imbuyendo en otras disciplinas y en las formas del
pensamiento el precepto de la ciencia y las normas sociales; las leyes, las
instituciones y todos los hijos de la modernidad se legitimaron a sí mismos,
imponiéndose la ciencia como religión absoluta del siglo XX. La historia –al
igual que otras disciplinas– se convirtió al cientificismo, y se obsesionó con
la búsqueda de la verdad histórica; entonces se supeditó la manera de contar la
historia (crónicas) a los datos históricos (fuentes).Con el paso del tiempo,
dos grandes bloques dogmatizaron al mundo: Oriente y su ciencia marxista
requería cambiar a todo occidente para poder gobernar sobre éste; Occidente y
sus ciencias sociales, ya fuera la resaca intelectual del positivismo o la
escuela de los Annales, combatieron al villano por antonomasia, la URSS. Tras
la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética triunfó
el paradigma occidental, que, disfrazado de ‘posmodernidad’, ha asimilado la
postura anticientífica del historicismo y ha adoptado a la antropología –para
algunos, ‘la disciplina espía del capitalismo’– a su método, para cuestionar a
su antecesora, la modernidad.
Hay que recordar que, como
afirma Ankersmit “el aroma de un período sólo puede aspirarse en un periodo
subsecuente”[1], pero tampoco hay que
olvidar que casi todos los periodos –siguiendo el ejemplo de los hijos
ingratos–descalifican a sus padres y reivindican a sus abuelos. Todo este
rescate de los clásicos grecolatinos y la reivindicación de los modelos
antiguos que caracterizó a la modernidad, es criticado por la posmodernidad
mientras que la mote juste (palabra
justa) tan recurrida en los discursos de apropiamiento de tierras por parte de
los vasallos o de un señor feudal, es reivindicado y retomado.
Pero como ya dije líneas arriba,
el historicismo ya cuestionaba la cientificidad de la historia. Sólo hay que
recordar a O’Gorman afirmando que:
“el verdadero y oculto fin, consciente o no, detrás de
la llamada historiografía científica es tratar de proporcionar fundamento empírico
a doctrinas totalitarias de una supuesta ética social, tales como la de la
uniformidad natural del hombre y la que concede primacía al ambiente
socioeconómico sobre el temperamento y genio individuales”[2]
En pocas palabras, si en otro
tiempo, se unificaban los reinos a través de la religión; ahora era necesaria
la ciencia como aparato ideológico sujetador.
Claro que parafraseando a
Matute, “si [lo anterior] se le hubiera ocurrido a un anglófono, francófono [o
un germano parlante]… ya le hubiera dado la vuelta al mundo, y los
hispanohablantes, sumisos, lo hubiésemos adoptado de manera entusiasta”.[3]
El conflicto parte entonces, de
lo que Nietzsche había afirmado un siglo antes “Dios ha muerto” y “Los hombres
acabaran adorando un asno de metal”. La ciencia suplió a la religión, y
‘evangelizó al mundo’ bajo ese dogma de lo comprobable. Pero no faltó quien,
como “el hombre más feo del mundo” matara al nuevo dios usurpador y dejará a
los hombres inmunes a su entorno social. Por eso cabe señalar que los Annales
–último baluarte de la modernidad– ya andaba ‘más allá que acá’ en cuanto a la
posmodernidad; la pérdida del compromiso por la historia ciencia, se reflejó en
su poca teoría, además fueron los primeros en proponer un estudio de temas que
no eran trascendentes para la historia dominante[4].
No es de extrañarnos entonces que sea precisamente uno de los últimos
‘analistas’ el padre del posmodernismo. Foucault es entonces ese hombre que
mata a Dios.
Es precisamente esta pérdida de
las religiones y posteriores ideologías la que aprovecha la posmodernidad para
legitimarse en una actitud que ya se advertía como nihilista y falta de
fundamento; premisas posmodernas basadas en el discurso como “te estoy
mintiendo” cobraron frutos para la descientificación de la historia. Las
temáticas se habían desgastado y la historiografía necesitaba nuevos objetos de
estudio. El factor que concentra la atención de los apologistas de la
posmodernidad es justamente el exceso de información, pero la modernidad sigue
‘metiendo sus narices’ y entremezclándose con lo posmoderno;
“Todos estamos familiarizados con el hecho de que
cualquier área imaginable de la historiografía está produciendo anualmente una
cantidad abrumadora de libros y artículos, lo que hace imposible tener una
visión que abarque toda esa producción”[5]
Pero aquí en México ya se nos
advertía de lo que ocasiona el acceso a tantos estudios:
“Estamos inundados… por ese inconmensurable volumen de
producción historiográfica con que a diario se ve bombardeado el pobre
historiador y de la cual se supone debe enterarse, so pena de muerte académica”[6].
¡Y eso que cuando se publicó
este artículo no existía Internet! Tanta información nos tiene ‘como perro en
periférico’[7].
Además del abuso de fuentes, la
importancia de éstas yace en la información misma y no en lo que informa;
predominó el autor sobre el contenido de la obra, profundizando más en la
fuente que en el propio hecho. Es por eso que Foucault propone que:
“Lo que
importa es exclusivamente el texto, no el contexto en que se origina… es
eliminar al autor como factor relevante en la producción de textos, y al
desaparecer el autor, la intencionalidad y el significado también desaparecen
del texto… La historia pierde su relevancia[8]”
La contradicción aquí parte de
la idea de emancipar a la obra de su autor; cuando como todos sabemos, el
lenguaje va cambiando y por lo tanto, para entender el mensaje, es necesario el
comprenderlo desde el tiempo en que fue escrito. Por ejemplo: Hernán Cortés, al
describir a la gran ‘Temiztitán’ menciona que
“hay
en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas de sus ídolos, de muy hermosos
edificios […]y entre estas mezquitas hay una, que es la principal, que no hay
lengua humana que sepa explicar la grandeza y particularidades de ella; por que
es tan grande, que dentro del circuito de ella que es todo cercado de muro muy
alto, se podía muy bien hacer una villa de quinientos vecinos”.[9]
No podríamos explicar el texto,
si no comprendemos la razón del pensamiento de la época. En el momento en que
Cortés llega a México, existe en el imaginario colectivo peninsular la idea de
lo musulmán como algo herético.
La historia entonces no está tan
pérdida. Esta visión escatológica de la historia se ha mencionado en tantos
artículos, que sería paradójico enumerarlos, por lo antes referido y lo
complicado que resulta consultarlos.
Aun con eso, cabe señalar que en
nuestros días, la modernidad sigue latente en el grueso de la población. A
pesar de que la posmodernidad se manifiesta en los medios y de facto en la mentalidad de la mayoría
de los habitantes; el discurso político (iure)
e inclusive el de la mayoría de la gente está enfocado a la idea de progreso.
La exaltación del individuo y no de la sociedad es para muchos, un gran paso
hacia la igualdad. Este discurso contiene en si mismo ambas ideas opuestas y
concebidas de manera ‘sincrética’. Pero si, como dijimos al principio, la
historia nos habla de individuos contradictorios; no es de extrañar que en un
periodo en el que se está gestando lo que gustan llamar posmodernidad, las
contradicciones estén a flor de piel.
Si, como posmodernistas que
fuéramos, ironizáramos al respecto, la historia ya no está en pañales, como
afirmara Bloch, sino que ha llegado a la adolescencia y este conflicto con la
modernidad no es distinto al que tiene el hijo con el padre, recriminándole su
severidad; y la consecuente reacción de la modernidad no es otra cosa que la
que manifiesta el padre, mientras trata de anticuado al abuelo, reprime al hijo
por inmaduro[10].
Por último, tanto las
condiciones sociales, como la posmodernidad misma, han abierto la posibilidad
de trabajar la cultura popular, su relación directa con la cultura dominante y
lo que, en lo personal llamaría ‘cultura popular obediente’ y ‘cultura popular
disidente’, que conviven de manera constante, se entremezclan y aportan
elementos catárticos a la sociedad. No nos extrañaría entonces que sea factible
trabajar un ‘historia del albur en México’ desde tres elementos de la crisis de
la modernidad y la respectiva posmodernidad: las mentalidades, el giro
lingüístico o el estudio de las clases populares.
Por lo tanto, el conflicto de la
modernidad y la tan evocada posmodernidad–como si los hombres en la Edad Media,
se autonombraran medievales–.Sólo es un ‘ritual de paso’ por el que transcurre
la historia; así que, no podemos descalificar la teoría de la historia, pero es
momento de empezar a cuestionarnos, ¿Dónde nos ha llevado la cientificidad de
la Historia?
[1]F.R.
Ankersmith, “Historiografía y posmodernismo” en Luis Gerardo Morales Moreno
(Comp.) Historia de la historiografía
contemporánea (de 1968 a nuestros días), México, Instituto Mora, 2005, p.
60
[2]Edmundo
O’Gorman, “La historia: Apocalipsis y Evangelio” en Historiología: Teoría y Práctica, México, UNAM, 2007, p. 203
[3]
Álvaro Matute, “advertencia preeliminar” en Ibid.,
p.VI
[4]
Julio Aróstegui, “la renovación contemporánea de la Historiografía”, en La Investigación Histórica: teoría y método,
Barcelona, Ed. Crítica GrjalboMondadori, 1995, p. 107
[5]Ankersmit, Op. Cit. p. 47
[6] O’Gorman, Op. Cit. p.193
[7]Creo
necesario hablar del profeta del nopal,
como un testigo consciente de la posmodernidad en México. Y para enfatizar más
en este punto, es necesario trabajar sobre su discurso.
[8]Georg
Iggers, “el giro lingüistico: ¿el fin de la historia como disciplina
académica?”, en Historia… Op. Cit. p. 217
[9]
Cortés Hernán, La gran Tenochtitlán,
México, UNAM, 2004, p. 17
[10]
Esta idea del hijo, el padre y el abuelo no es más que la idea de Hegel de
tesis, antitesis y síntesis con una explicación más coloquial.
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