Entre la inmensa cantidad de textos que se entremezclan en un puesto de libros usados, descubrí hace unos días uno que llamó mi atención: Cómo leer en bicicleta de Gabriel Zaid. Desde luego que lo tomé pues el nombre me atrajo considerablemente, y sin revisar la contraportada, ni mucho menos leerla, lo compré y me apresuré en llegar a mi casa esperando disfrutar de aquella lectura. No me defraudó.
Meses antes había leído una compilación de ensayos que realizó CONACULTA a la cual titularon El costo de leer y otros ensayos que amenizó mis horas muertas en el transporte público durante unos días, mostrándome las grandes limitaciones con las que contamos a la hora de elegir una lectura y cómo la sobreproducción de literatura de mala cantidad ha sobrevaluado la industria del buen libro. Desafortunadamente, en una venganza por parte de la Mafia literaria que él tanto delata y ningunea, ese libro no está disponible en librerías y sólo es posible encontrarlo en la biblioteca Vasconcelos y otras tantas de CONACULTA, a costa de ceder los datos personales a una dependencia como la antes citada. Como se podrá ver, yo ya había corrido el riesgo.
Algo que noté en ambos libros es la buena administración de las palabras y las ideas; la organización en el orden de los ensayos y el uso de un lenguaje que los lectores agradecemos profundamente, sobre todo después de leer libros teóricos cuyo afán de legitimidad parecería centrarse en la complejidad de sus palabras; no confundamos la facilidad del lenguaje, con la mala calidad literaria. Por eso, Gabriel Zaid es un autor que no busca decirnos lo que queremos oír, sino que nos reta, nos reprocha, nos cuestiona, nos altera… nos hace pensar mientras nos entretiene.
Cómo leer en bicicleta supera con mucho a El costo de leer (del cual hablaré en otro momento). A lo largo de casi doscientas páginas que se pueden leer apaciblemente en una sentada, o bien en varias sesiones claustro-sanitarias, el autor nos invita a pasar por las tertulias literarias, haciendo pública la pequeña vida intelectual de México en los años sesenta y setenta.
Rompiendo con lo políticamente correcto, y en un acto de cinismo, nos confiesa que le convino hacer crítica político-literaria ser un soplón de la república de las letras. Cuando nos anuncia el contexto en el cual escribió este conglomerado de ensayos, nos atrae aun más a leerlo.
A lo largo de las páginas y los textos delatores de la corrupción en los círculos literarios; Zaid nos muestra gradualmente las deficiencias de los intelectuales de este país, desde el interés en que los profesores de universidades provincianas de los Estados Unidos hagan crítica literaria antes de que se le ocurra a un connacional, pasando por la propuesta de ser un país para las visitas ejemplar, hasta las deficiencias en las antologías poéticas y la pobreza de la crítica literaria, pidiéndonos a gritos un utópico escritor que quiera leerse toda la obra escrita en los principales centros del mundo y reseñar cuanto texto le llegue a las manos, sin amigos que influyan en sus decisiones, ni necesidades económicas, gran hombre de letras, totalmente independiente, que no sea un fracasado y que quiera impulsar a la chipil literatura mexicana.
Al buen lector que, sin embargo no le interesan los chismes de vecindad librepensante, podrá parecerle toda esta primera parte una lectura inútil de rumores mal infundados que sólo muestran importancia para ese cinco porciento de mexicanos que lee. Pero su objetivo principal –y el cual no hemos referido– no es hacer un tvnotas intelectual, sino denunciar algo que nos había pasado desapercibido a los demás: La gran mayoría de los intelectuales al servicio del Poder omnipresente de la figura presidencial son los que han provocado esta corrupción. Sin duda lo que pasa en la superestructura también repercute en los hechos de este país. La censura y represión que hay sobre los intelectuales por parte del gobierno priista son la envidia de otros países [comunistas y liberales] a los que les cuesta más trabajo controlarlos. Todo esto parece concluir con una protesta frontal a los crímenes de 1968, de los cuales reprocha la complicidad y la falta de valor a la hora de indignarnos; “Estamos dispuestos a matarnos antes que a franquearnos” nos dice, no nos extrañe pues que nuestros gobiernos prefieran el genocidio y los crímenes de guerra antes que sentarse a discutir. Pero la crítica no es ese acto destructor que solemos practicar todos los días hacia aquellos que subestimamos. Es un hecho consciente y con fines productivos, no como lo que concebimos hoy en día respecto a nuestros gobernantes. “Tenemos que curarnos de esta ilusión piramidal, hasta hacernos más responsables de los minúsculos poderes que sí tenemos, en vez de pasarnos la vida esperando a que el siguiente mandamás haga buen uso de su poder”.
Qué paradoja enfrenté al leer la contraportada, pareciera que en otro desquite por parte de la industria editorial que tanto critica le otorgaron un elogio rimbombante de los que tanto satiriza.
Gabriel Zaid es, entonces, un intelectual de esos de la corriente alterna, como le llamaba Octavio Paz, divertido, pero no por eso frívolo; al contrario, por ser entretenido nos parece más digerible la intragable realidad nacional de la que habla, que al parecer no ha cambiado en nada.
Meses antes había leído una compilación de ensayos que realizó CONACULTA a la cual titularon El costo de leer y otros ensayos que amenizó mis horas muertas en el transporte público durante unos días, mostrándome las grandes limitaciones con las que contamos a la hora de elegir una lectura y cómo la sobreproducción de literatura de mala cantidad ha sobrevaluado la industria del buen libro. Desafortunadamente, en una venganza por parte de la Mafia literaria que él tanto delata y ningunea, ese libro no está disponible en librerías y sólo es posible encontrarlo en la biblioteca Vasconcelos y otras tantas de CONACULTA, a costa de ceder los datos personales a una dependencia como la antes citada. Como se podrá ver, yo ya había corrido el riesgo.
Algo que noté en ambos libros es la buena administración de las palabras y las ideas; la organización en el orden de los ensayos y el uso de un lenguaje que los lectores agradecemos profundamente, sobre todo después de leer libros teóricos cuyo afán de legitimidad parecería centrarse en la complejidad de sus palabras; no confundamos la facilidad del lenguaje, con la mala calidad literaria. Por eso, Gabriel Zaid es un autor que no busca decirnos lo que queremos oír, sino que nos reta, nos reprocha, nos cuestiona, nos altera… nos hace pensar mientras nos entretiene.
Cómo leer en bicicleta supera con mucho a El costo de leer (del cual hablaré en otro momento). A lo largo de casi doscientas páginas que se pueden leer apaciblemente en una sentada, o bien en varias sesiones claustro-sanitarias, el autor nos invita a pasar por las tertulias literarias, haciendo pública la pequeña vida intelectual de México en los años sesenta y setenta.
Rompiendo con lo políticamente correcto, y en un acto de cinismo, nos confiesa que le convino hacer crítica político-literaria ser un soplón de la república de las letras. Cuando nos anuncia el contexto en el cual escribió este conglomerado de ensayos, nos atrae aun más a leerlo.
A lo largo de las páginas y los textos delatores de la corrupción en los círculos literarios; Zaid nos muestra gradualmente las deficiencias de los intelectuales de este país, desde el interés en que los profesores de universidades provincianas de los Estados Unidos hagan crítica literaria antes de que se le ocurra a un connacional, pasando por la propuesta de ser un país para las visitas ejemplar, hasta las deficiencias en las antologías poéticas y la pobreza de la crítica literaria, pidiéndonos a gritos un utópico escritor que quiera leerse toda la obra escrita en los principales centros del mundo y reseñar cuanto texto le llegue a las manos, sin amigos que influyan en sus decisiones, ni necesidades económicas, gran hombre de letras, totalmente independiente, que no sea un fracasado y que quiera impulsar a la chipil literatura mexicana.
Al buen lector que, sin embargo no le interesan los chismes de vecindad librepensante, podrá parecerle toda esta primera parte una lectura inútil de rumores mal infundados que sólo muestran importancia para ese cinco porciento de mexicanos que lee. Pero su objetivo principal –y el cual no hemos referido– no es hacer un tvnotas intelectual, sino denunciar algo que nos había pasado desapercibido a los demás: La gran mayoría de los intelectuales al servicio del Poder omnipresente de la figura presidencial son los que han provocado esta corrupción. Sin duda lo que pasa en la superestructura también repercute en los hechos de este país. La censura y represión que hay sobre los intelectuales por parte del gobierno priista son la envidia de otros países [comunistas y liberales] a los que les cuesta más trabajo controlarlos. Todo esto parece concluir con una protesta frontal a los crímenes de 1968, de los cuales reprocha la complicidad y la falta de valor a la hora de indignarnos; “Estamos dispuestos a matarnos antes que a franquearnos” nos dice, no nos extrañe pues que nuestros gobiernos prefieran el genocidio y los crímenes de guerra antes que sentarse a discutir. Pero la crítica no es ese acto destructor que solemos practicar todos los días hacia aquellos que subestimamos. Es un hecho consciente y con fines productivos, no como lo que concebimos hoy en día respecto a nuestros gobernantes. “Tenemos que curarnos de esta ilusión piramidal, hasta hacernos más responsables de los minúsculos poderes que sí tenemos, en vez de pasarnos la vida esperando a que el siguiente mandamás haga buen uso de su poder”.
Qué paradoja enfrenté al leer la contraportada, pareciera que en otro desquite por parte de la industria editorial que tanto critica le otorgaron un elogio rimbombante de los que tanto satiriza.
Gabriel Zaid es, entonces, un intelectual de esos de la corriente alterna, como le llamaba Octavio Paz, divertido, pero no por eso frívolo; al contrario, por ser entretenido nos parece más digerible la intragable realidad nacional de la que habla, que al parecer no ha cambiado en nada.